Él no había llegado a casa, todo parecía transcurrir en una
calma pastosa. Una simulación de la misma rutina. pero sin él.
Una puesta en escena por ella, donde todo quería que pareciera normal,
pero alfombrado por una indiferencia cubierta de rencor melancólicopor su parte.
Y yo ajeno, no entendía el porqué. Ni me interesaba… solo percibía.
Ella en un rincón del sofá hacia cosas sin hacer.
Y en el lugar donde ella estuviera en la casa, pareciera que
la seguían las sombras de la casa.
En el rincón donde ella decidiera estar, de pronto la
arquitectura perdía lógica y se ensombrecía lo suficiente para bifurcarse con
su semblante.
Y en una tarde, cuando el segundo acto, seguía su
inalterable tedio, se oyó la puerta, y el retumbar de sus pasos.
El se asomó, con esa cara, que años después yo mismo usaría,
para decir: no estés tan enojada, ya estoy aquí... y al final no es tan malo
eso o sí?
Me dio un juguete, un ninja arriba de una motocicleta, que
era de cuerda y cuando rodaba sacaba chispas.
Se acercó a ella, seguro, firme de lo que iba a pasar, pero
igual con cautela, le dio un ramo de flores y la abrazo.
Ella jugo su papel unos segundos, renuente, y pronto la
sonrisa los invadió a los dos.
El dejando atrás donde hubiese andado, o lo que hubiese
hecho, prometiéndose no volverse.
Ella cerrando el telón, e iluminando de nuevo la casa, para
nosotros.
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